El debate global sobre la Crítica de la economía política en el siglo XXI
Por Luiz Arizmendi
Fuente y documento completo: http://www.eltrimestreeconomico.com.mx/index.php/te/article/view/919/1066
El capitalismo del siglo XXI atraviesa por la peor crisis de su historia. El debate internacional de ciencias económicas se mide por su toma de posición para el análisis de fondo de los fundamentos y la tendencia histórica de esta crisis global. El principio de la economía neoclásica laissez faire, laissez passer es, sin duda, incapaz de explicarla y diseñar alternativas ante ella. La crisis del capitalismo del siglo XXI ha detonado una crisis radical de la economía neoclásica. En contraste, la Crítica de la economía política está de regreso en el debate mundial de frontera en ciencias económicas y sociales. Desarrollos muy importantes de ésta se están produciendo en Europa, Norteamérica, América Latina y hasta en varios países de Asia y África. No es casual que el liberalismo del nuevo siglo esté realizando no sólo análisis comparativos de la crisis global contemporánea con la Larga Depresión del siglo XIX y la Gran Depresión del siglo XX, sino que presente iniciativas para discutir la tendencia descendente de la tasa de ganancia y hasta la tendencia al derrumbe. El capital de Karl Marx está de regreso en el debate económico mundial del siglo XXI de manera prometedora.
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El capitalismo como sistema global atraviesa la peor y más amenazante crisis en la historia de su mundialización. Nunca, en la marcha de sus grandes crisis, había arribado a una situación límite tan radical. Justo porque integra dentro de sí la mundialización de la pobreza y la polarización de la desigualdad, la crisis alimentaria global y la crisis ambiental mundializada con su trend secular; sin dejar de contener la mayor crisis cíclica de sobreacumulación y sobrefinanciamiento, sin duda, las desborda, conformando una crisis que constituye en sí misma una era. Una crisis que se procede a designar como “crisis epocal del capitalismo del siglo xxi”.
Dentro de ésta y por ésta, a la vez, la economía “neoclásica” enfrenta una crisis sin igual: laissez faire, laissez passer es un principio que no va a propiciar ni equilibrio general entre los capitales o entre el Norte Global y el Sur Global, ni equilibrio ambiental en la relación capitalismo/natura- leza. Proyecta una perspectiva epistemológicamente incoherente frente a la crisis epocal e impotente ante la dinámica de la devastación del mundo de la vida social-natural. La economía “neoclásica” y sus modelos, basados en supuestos incumplibles, encaran una crisis radical ante la crisis mundial en curso.
En contraste, la crisis epocal del capitalismo está relanzando, a la par, el debate global en torno a la Crítica de la economía política: su horizonte de intelección y su tematización de la interrelación entre crisis y capitalismo está vigorosamente de regreso. Innovadores desarrollos de la perspectiva abierta por El Capital de Karl Marx están enriqueciendo el debate inter‐ nacional de frontera en ciencias económicas, históricas y sociales. No es casual que múltiples corrientes del nuevo discurso propiamente liberal estén retomando los temas de la Crítica de la economía política. Autores como Wolfang Streeck (2017), Paul Mason (2016) y Randall Collins (2016) están teorizando incluso la interrelación entre crisis global y derrumbe del capitalismo.
Desde la mainstream economics, con El capital en el siglo xxi , Thomas Piketty (2014) puso la tendencia descendente de la tasa de ganancia en el centro del debate económico internacional. Bradford DeLong trazó cierto paralelismo entre la Gran Depresión del siglo xx y la nueva crisis global del siglo xxi.
Obras muy destacadas sobre El Capital se han escrito en todos los continentes. Fructíferas contribuciones para el desarrollo de una crítica de la economía política del siglo xxi se han publicado en Alemania, Italia, Inglaterra, Canadá, los Estados Unidos, Argentina, Brasil, Bolivia, México, Japón, India y Sudáfrica, por mencionar algunos países.
El desarrollo de la crítica de la economía política del siglo xxi convoca a la asunción de un creciente debate sur/sur y norte/sur que lleve más lejos la conceptualización de la crisis global del capitalismo y la exploración de alternativas urgentes ante un tiempo de peligro. El estudio de la crisis epocal del capitalismo representa uno de los mayores desafíos en la historia del pensamiento económico moderno.
El presente ensayo se desdobla en cinco apartados que podrían ser agrupados en dos partes argumentales. La primera parte (que comprende sólo la sección I) aborda el impacto de la crisis epocal del capitalismo en la mainstream economics y el discurso liberal del nuevo siglo; además, presenta la perspectiva general de John Bellamy Foster en torno a la “crisis epocal”. La segunda parte (que contiene las secciones II a V) aborda innovadores desarrollos internacionales de la crítica de la economía política a juego de dimensiones cruciales de la crisis epocal: la tendencia descendente de la tasa de ganancia, la mundialización de la sobreexplotación laboral, la persistencia de la pobreza campesina en el nuevo siglo y la crisis ambiental mundializada. Así, estas páginas demuestran que la crisis epocal del capitalismo ha activado el debate global sobre la Crítica de la economía política en el siglo xxi.
I. El impacto de la crisis epocal del capitalismo en el debate económico internacional
1.Ambivalencia del término “segunda Gran Depresión”
Una definición sobre la crisis global contemporánea, como la que realiza el economista inglés Michael Roberts (2016), al caracterizarla como la “primera Larga Depresión del siglo xxi”, o Bradford DeLong (2013), al tipificarla como una “segunda Gran Depresión”, resulta sugerente por cuanto reconoce que de ningún modo atravesamos un desequilibrio menor ni pasajero. Identificar la crisis global del capitalismo del siglo xxi trazando paralelismos con la Larga Depresión del siglo xix o con la Gran Depresión del siglo xx significa caracterizarla como uno de los mayores desequilibrios en la historia económica de la mundialización.
DeLong llega al punto de admitir que cuando los economistas estadunidenses y europeos, ante la gravedad de los desequilibrios, quedan obligados a reconocer este paralelismo, a la vez lo escamotean. En este sentido, admite que se equivocó al definir la gran crisis actual como una “depresión menor” (lesser depression).
Pese a que se han reconocido estos paralelismos, el límite principal de éstos reside, precisamente, en que deslizan una periodización in- consistente de las grandes crisis en la historia de la mundialización capitalista.
Al lanzar una mirada panorámica a la historia del capitalismo, podría reconocerse la explosión de cuatro grandes crisis de alcances geoeconómicos cada vez mayores. Mientras la Larga Depresión (1873-1896) explotó e impactó la economía continental europea, la Gran Depresión (1929- 1945) —que no puede ser enteramente conceptualizada sin la segunda Guerra Mundial, pues la devastación que ocasionó hizo factible la ulterior reconstrucción que relanzó un nuevo periodo de auge— estalló con un alcance intercontinental que involucró a Europa, los Estados Unidos y Japón. Lo que podría denominarse como la tercera Gran Depresión (1971- 1995) constituyó una gran crisis de alcance cuasiglobal, puesto que África estaba afectada como una especie de apartheid tecnológico. Consecuente‐ mente, la crisis global que comenzó en 2007 constituye la primera gran crisis de alcances propiamente mundializados. Conforma strictu sensu la cuarta Gran Depresión en la historia del capitalismo.
Aunque DeLong y Roberts pertenecen a perspectivas contrapuestas —el primero a la mainstream economics estadunidense y el segundo a la economía marxista británica—, entre ellos existe una convergencia: pese al trazado de los paralelismos con las grandes crisis anteriores, incluso por eso, concluyen que un doble de la Belle époque —que sucedió a la Larga Depresión—, o de los Trente glorieuses —que vinieron después de la Gran Depresión— podría acontecer en el siglo xxi. Si la crisis con‐ temporánea es vista como una reedición histórica de las grandes crisis anteriores, la conclusión es inevitable: una nueva fase de auge debería venir (DeLong, 2016).
2. Crisis y tendencias de larga duración: crítica a Piketty
Resulta revelador que, impactado por la crisis epocal, el debate económico contemporáneo se ha planteado de modo explícito ir más lejos y ha asumido el desafío de conceptualizar la interacción entre grandes crisis y tendencias de larga duración.
Con su célebre obra El capital en el siglo xxi, contradictoriamente, Thomas Piketty (2014) abrió —aunque también cerró— la posibilidad de un abordaje de ese orden.
Cuando Piketty integró como su objeto de estudio la historia de la desigualdad mundial, que se calcula a partir de organizar los datos sobre ingresos y patrimonio de más de 20 países, para un periodo prolongado que comprende desde 1700 hasta 2012 —o sea para poco más de tres siglos—, y lo hizo colocando como referente a El Capital, se posicionó en un lugar especial en el debate internacional. Introdujo la formulación de que la brecha de la desigualdad mundial, conformada desde el siglo xviii y polarizada ampliamente en el curso del siglo xix, se había reducido relevantemente en el siglo xx para ser relanzada desde 1980, en el marco de una tendencia de largo plazo regida por el anuncio de una polarización cada vez mayor conforme avanzara el siglo xxi. Su prospectiva afirma la presencia de una dinámica de largo plazo inmanente al “capitalismo patrimonial”: porque pone énfasis en la relevancia de la herencia para la concentración de la riqueza y su distribución. Piketty insiste en que la riqueza heredada por regla apunta a ser mayor que la que un individuo puede acumular en su vida. En la medida en que la tasa de acumulación (así entendida) aumenta en menor magnitud que el crecimiento económico, la ratio capital/ingreso conduce hacia una desigualdad global cada vez mayor. De ahí, su propuesta de política económica: gravar con un impuesto progresivo al capital para modificar la distribución del ingreso.
El deterioro creciente en el proceso de reproducción social, producido por décadas de “neoliberalismo”, condujo del debate internacional sobre pobreza al debate internacional sobre desigualdad con la entrada al nuevo siglo. Piketty se posicionó como uno de los autores más representativos en esta nueva discusión.
En la medida en que aborda la desigualdad mundial desde una “tendencia multisecular”, su posicionamiento parecía dirigirse a convocar una relectura del magnum opus de Karl Marx. Desbordaba su caracterización convencional para abordarla como un referente imprescindible en el desciframiento de la tendencia de largo plazo de la mundialización capitalista. Sin embargo, en el mismo momento en que El capital en el siglo xxi posiciona como referente El Capital para el siglo actual, obstruye ese posicionamiento.
Pese a que su objeto de estudio es la historia de la desigualdad mundial, Piketty no presenta ni una sola mención, ni en El capital en el siglo xxi ni en Las crisis del capital en el siglo xxi (2015), de la “ley general de la acumulación capitalista”. Es justo la ley que da cuenta del efecto trágico producido por el entrecruzamiento de progreso y devastación con la marcha de la modernidad capitalista, generando cada vez más pobreza y desigualdad conforme avanzan las fuerzas productivas creadoras de riqueza.
En contraste, la “ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia” aparece múltiples veces, pero para insistir en su presunta inexistencia. Todo comienza con la peculiar redefinición del término “capital”. Sin teoría del valor-trabajo ni teoría del plusvalor, cualquier visualización de la tendencia descendente de la tasa de ganancia es imposible. Porque Piketty define la ganancia como un rendimiento del capital al margen de la relación capital/trabajo, conduce a una mistificación extrema de la perspectiva de la economía “neoclásica”, sin que eso cancele sus divergencias con ésta. No sólo la técnica, además las acciones en la bolsa, la tierra, las obligaciones y los bienes raíces, son identificados como fuentes de la tasa media de rendimiento. El capital circularmente es visto como fuente del capital, pero a partir de una redefinición del término “capital” que no sólo incluye medios tecnológicos de producción o capital-dinero en mercados financieros especulativos, sino hasta el patrimonio. Desde esta redefinición emerge una visión anticonceptual de la tendencia de largo plazo de la tasa de ganancia. Según Piketty, desde el siglo xix hasta el xxi, esta tasa se ha mantenido estable, sin crecer ni decrecer, en torno a una media centrada en 3 o 4% anual en tiempos de paz.
Como Piketty obstruye el reconocimiento de la destrucción como premisa para relanzar la acumulación global con base en una reconstrucción ulterior, en su lectura del siglo xx las guerras mundiales y el nazifascismo aparecen como acontecimientos totalmente ajenos a la legalidad económica del capitalismo.
Sin anular su aporte para el análisis de la desigualdad mundial, el desenlace más acrítico de la negación de la relación entre capitalismo y tendencia descendente de la tasa de ganancia reside en que conlleva a la negación de la relación entre capitalismo y devastación.
En su lectura del siglo xxi, como representante de la mainstream economics, Piketty reconfigura los postulados meritocráticos de la economía “neoclásica”, sin abandonarlos jamás. Plantea que la prosperidad universal, garantizada para todos, es enteramente inviable como resultado espontáneo de la marcha del capitalismo patrimonial, pero que una política fiscal dirigida a gravar el capital, que propulse la competencia entre los individuos, podría abonar a las condiciones de prosperidad social. En el tiempo de la crisis capitalista más compleja y multidimensional, Piketty define la crisis global contemporánea reduciéndola unívocamente a un desequilibrio centrado en la desigualdad.
Con todo, no es menor que, con él, la mainstream economics reactivara para el debate económico internacional la polémica acerca de la tendencia descendente de la tasa de ganancia.
3. El debate sobre el derrumbe en el discurso liberal del nuevo siglo
En este marco se debe destacar el debate internacional que se está multipli cando por medio del discurso liberal del nuevo siglo para el análisis histórico de las tendencias de largo plazo de la crisis contemporánea, asumiendo desarrollar por motu proprio una discusión prototípica de la crítica de la economía política: la conceptualización de la tendencia al derrumbe del capitalismo.
Intervenciones como las de Wolfang Streeck (2017) con su obra ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, Jeremy Rifkin (2015) con La sociedad del costo marginal cero. El internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo, Paul Mason (2019) y su Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro son sumamente representativas de esta innovadora apertura en el debate internacional.
Esa apertura la inauguró, a principios de la década de los setenta, la Escuela del Crecimiento Cero, cuando el Club de Roma calculó extrapolaciones de la tendencia de largo plazo de la crisis ambiental hacia el siglo xxi. Su conclusión fue implacable: por primera vez un discurso liberal visibilizó la tendencia al derrumbe del capitalismo.
Ahora, ante la crisis epocal, más perspectivas no marxistas se vienen sumando al relanzamiento del debate internacional en torno a la tendencia al derrumbe. Desde New Left Review, sobresale la intervención de Streeck, donde originalmente publicó la mitad de su libro.
Consciente de la función que las crisis han cumplido regularmente, como desequilibrios temporales pero necesarios para producir “la salud a largo plazo” del capitalismo, Streeck (2017: 70) insiste en que es insuficiente la relación entre crisis global y ciclos económicos, puesto que ésta sólo es inteligible en toda su magnitud dentro del desciframiento de la tendencia al derrumbe del capitalismo.
Como Piketty, Streeck coloca en el centro de su estudio la tendencia de largo plazo de la desigualdad. Si bien su horizonte no es multisecular, aborda la ruptura del contrato social en los Estados Unidos desde 1947 hasta la primera década del nuevo siglo. Demuestra gráficamente que la dinámica de la productividad, por un lado, y de los ingresos medios por hora, así como la renta de los hogares, por otro, crecen de modo paralelo y yuxtapuesto hasta la década de los ochenta; punto de inflexión en el que un quiebre histórico crucial se juega, conformándose ahí una brecha cada vez mayor entre productividad e ingresos laborales, así como entre productividad y renta media de los hogares. Streeck constata la crisis inocultable del american dream.
Su diferencia con Piketty proviene de que conceptualiza la interrelación entre tres tendencias de largo plazo en los países altamente avanzados: la tendencia creciente de la desigualdad económica, la tendencia creciente de la deuda global de los principales Estados y la tendencia al declive de la tasa de crecimiento. Con base en esta interrelación formula los límites contemporáneos de la mercantilización del trabajo, la tierra (o la naturaleza) y el dinero. Concluye: el Götterdämerung (el crepúsculo de los dioses) para el capitalismo, su autodebilitamiento, es resultado de un “exceso de éxito” de su poder (Streeck, 2017: 78).
En contraste con la versión marxista clásica, Streeck es enfático en que la tendencia al derrumbe capitalista en el nuevo siglo no está en curso sobre la presencia germinal de una “sociedad nueva y mejor”, preparada por las victorias de un “sujeto revolucionario”. Al revés, la derrota y la destrucción radical de la acción colectiva, generadas por décadas de “neoliberalismo global” y su concomitante desgarramiento del tejido social, han vuelto inviable el “grado de control sobre nuestro destino común” (Streeck, 2017: 77) que exige el derrumbe sustentado en la revolución. En este sentido, en el triunfo del capitalismo reside el secreto de su autoderrota.
Streeck parte de constatar, con base en datos estadísticos de la ocde, que el despliegue a la baja de la tasa de crecimiento medio anual transitó de 4.5% del pib a prácticamente cero, de 1972 a 2008, para 20 de sus países; asimismo, que (para los Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Austria, Bélgica, Canadá, Japón, Noruega, Suecia y los Países Bajos) la deuda pública como porcentaje del pib aumentó de 42 a casi 100% de 1970 a 2013. Formula que se ha conformado un auténtico nudo giordano en el que el entrecruzamiento de la tendencia hacia una desigualdad cada vez mayor con la tendencia a un crecimiento económico cada vez menor y la tendencia a una deuda paulatinamente creciente propulsa la integración, ya irreversible, de un “capitalismo plutocrático”. Una configuración del capitalismo en la cual una élite cada vez más enriquecida condena al grueso de la sociedad moderna a una crisis insostenible de modo indefinido. De ahí que, convergiendo con Paul Krugman, Streeck apunte que el nuestro es el tiempo de un “estancamiento secular”. Debido al entrecruzamiento de estas tres tendencias, el siglo xxi está arribando a lo que denomina las “fronteras de la mercantilización” (Streeck, 2017: 83).
Partiendo de que Polanyi caracteriza como “mercancías ficticias” al trabajo, la naturaleza y el dinero, Streeck concluye que éstas están siendo objeto de una erosión tan profunda y desde tantos frentes que la tendencia apunta a destruirlas hasta tornarlas inutilizables. La excesiva mercantilización del dinero derrumbó a la economía global en 2008. La provisión ilimitada de crédito barato mediante productos financieros impagables integró y detonó una enorme burbuja inmobiliaria de una magnitud anteriormente inimaginable. La generalización por el orbe de los modelos de consumo energético de las sociedades capitalistas ricas ha hecho estallar una tensión inevitable, entre el principio capitalista de expansión infinita y la existencia de recursos naturales invariablemente finitos. La desregulación de los merca- dos de trabajo generada por la competencia internacional prácticamente ha anulado toda posibilidad de poner límites a la invasión de la jornada laboral capitalista en el tiempo libre y la vida familiar. Como puede verse, la versión de la tendencia al derrumbe capitalista de Wolfang Streeck llega lejos: en las tendencias de largo plazo de la desigualdad, el estancamiento secular y la deuda global ve la victoria de la tendencia a la mercantilización total insta- lada por el capitalismo; el cual, al destruir los fundamentos de la vida natural y del tejido social, se destruye a sí mismo como sistema económico capaz de propiciar el progreso.
La inexistencia de instituciones estatales e internacionales que fungieran como contrapeso ha arribado a una situación en la que la victoria del capitalismo ha hecho de la tendencia a la mercantilización total un cul de sac para sí mismo.
4. Lanzamiento del debate sobre El Capital en el Norte Global
Desde diversos países de Europa y Norteamérica, América Latina, Asia y hasta África, la radicalidad de los alcances negativos de la crisis epocal ha propiciado la producción de destacadas contribuciones para la crítica de la economía política del siglo xxi. En el Norte Global se ha creado una prolífica producción del pensamiento económico marxista; ante todo, en Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y los Estados Unidos.
En Alemania destacan las polémicas que ha abierto Elmar Altvater (2005a y 2005b) con su aguda “Crítica ecológica de la economía política”, El fin del capitalismo tal y como lo conocemos (2011), o Redescubrir a Marx (2017), libro que publicó en español la Fundación Rosa Luxemburgo; también Michael Heinrich (2004) con An introduction to the three volume of Karl Marx’s Capital, Crítica de la economía política, una introducción a El capital de Marx (2008) o ¿Cómo leer El capital de Marx? (2011), y Wolfang Fritz Haug (2016) con Lecciones de introducción a la lectura de El capital, primer texto de su trilogía sobre Marx.
Constituyen, asimismo, importantes expresiones en el debate europeo, desde Francia, textos como Marx intempestivo y Marx ha vuelto de Daniel Bensaid (2003 y 2012), o Refundación del marxismo del promotor del altermarxismo Jacques Bidet (2007). Desde Italia, Re-reading Marx, de Riccardo Bellofiore y Roberto Fineschi (2009)—quienes publicaron una nueva versión del Libro Primero de El Capital en italiano a partir de la mega2—. Y, desde Reino Unido, Marx’s revenge de Meghnad Desai (2002), e Imperialism in the twenty-first century: Globalization, super-exploitation, and the crisis of capitalism, de John Smith (2016).
En Norteamérica, desde Canadá, sobresale Más allá de El capital, de Michael Lebowitz (2005); desde los Estados Unidos, Marx reloaded —que se vincula con Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx (2006)—, de Moishe Postone (2007); por supuesto, El enigma del capital y las crisis del capitalismo (2012), Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo (2014) o Marx, El capital y la locura de la razón económica (2019) de David Harvey, y La ecología de Marx (2004), “The epochal crisis” (2013), publicado en New Left Review de John Bellamy Foster y The ecological rift: Capitalism’s war on the Earth (Bellamy, Clark y York, 2010).
5. La crisis epocal del capitalismo en Bellamy Foster
En la perspectiva del largo plazo, sin acotarla a la desigualdad mundial y sin incurrir en la definición sugerente pero insuficiente de la crisis global como un doble de la Gran Depresión, por lo tanto, con la ilusión de un doble factible de los Trente glorieuses, a partir de interconectar la crisis económica mundial y la crisis ecológica planetaria, John Bellamy Foster (2013) forjó su propia definición de lo que denomina la crisis epocal del capitalismo. Un concepto que pone como su epicentro la “ruptura ecológica” que ha impuesto la guerra del capitalismo en la tierra.
La originalidad de su lectura de El Capital, para posicionarlo como marco epistemológico en la crítica a la crisis epocal, reside en haber puesto énfasis en la conceptualización de Marx en torno a la fractura del metabolismo universal entre sociedad y naturaleza. Al elaborar la crítica de la renta de la tierra para el Libro III, Marx integró las aportaciones de Liebig a la química orgánica, valorándolas en tal medida que les atribuyó una importancia mayor para esa temática que “todos los economistas juntos”. Al denunciar la destrucción del retorno a la tierra de los elementos constitutivos de ella que han sido consumidos por las sociedades modernas, como vestimenta y alimentos, reveló Foster, Marx fundó una crítica ecológica radical. Liebig cuestionó al capitalismo inglés del siglo xix por integrar una agricultura del robo, que extrae masivamente nutrientes del suelo sin propiciar su retorno jamás, de suerte que realiza la fertilización ulterior importando huesos de los campos de las batallas napoleónicas y las catacumbas europeas.
Para Foster, la crítica a la fractura metabólica abre una perspectiva que al desarrollarla en el siglo xxi permite dar cuenta de su actual dimensión planetaria. El mundo contemporáneo enfrenta lo que podría ser su última catástrofe ambiental. No atravesamos una era de “cambio climático”, cruzamos un tiempo de destrucción del clima que ha generado la decadencia de todos los ecosistemas. La base de la vida como la conocemos está en cuestión. Con el desbordamiento de todo ciclo económico, la crisis epocal va a impactar todo el siglo xxi y más.
Sin embargo, la concepción de la crisis epocal de Bellamy Foster, si bien se vincula con la perspectiva del Libro I de El Capital, no articula devastación concreta del mundo social-natural con la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia expuesta en el Libro III. Su vínculo con El Capital es ambivalente.
Para él son la monopolización, el estancamiento y la financiarización el fundamento económico de la crisis epocal del capitalismo. El crecimiento de la monopolización, tanto en el sector industrial como en el sector financiero, a lo largo del siglo xx, condujo a la concentración de enorme poder por grandes corporaciones. Así, hoy su afán por márgenes de ganancias internacionales cada vez mayores genera una obstrucción inevitable para el crecimiento económico y la absorción de capital excedente, por lo tanto, el estancamiento. Las limitaciones del crecimiento económico son resultado del crecimiento del capitalismo monopolista. A su vez, la adaptación del capitalismo monopolista al estancamiento prolongado es la financiarización. Ante la carencia de certidumbre en la rentabilidad industrial para absorber el superávit económico los monopolios canalizan sus inversiones hacia el rendimiento especulativo.
La crisis epocal es resultado de la conjunción como una sola totalidad histórica de la crisis económica y la crisis ecológica global. Mientras la racionalidad económica del capitalismo ha hecho surgir una profunda irracionalidad antiecológica planetaria, la racionalidad económica del capitalismo monopolista-financiero ha hecho surgir un estado de estancamiento prolongado.
Si Jason Moore empleó el término crisis epocal para referirse a la crisis de toda una época histórica que caracterizó, desde fines de la Edad Media hasta el siglo xviii, la transición del feudalismo al capitalismo, adquiriendo forma de expresión mediante tragedias como hambres recurrentes, la “muerte negra” y el agotamiento del suelo provocado por las revueltas campesinas y el ascenso de la guerra, John Bellamy Foster reedita la misma expresión para referirse a la crisis del capitalismo que, entrecruzando a largo plazo la crisis ecológica planetaria y la crisis económica global, propulsa la integración de condiciones para el surgimiento de una “revolución epocal”. Una revolución que, para enfrentar el carácter total de la crisis epocal, convoque al nacimiento y el crecimiento de una “lucha correvolucionaria”, en la que el desafío resida en la edificación de una sociedad anticapitalista que asuma como principio esencial la construcción de alianzas políticas de múltiples órdenes: de clase, ecologistas, indígenas, de raza y de género.
II. El debate norte/sur en torno a la tendencia descendente de la tasa de ganancia
Un reto trascendental que emerge para el desarrollo de la crítica de la economía política del siglo xxi es, precisamente, exigir, asumir y propulsar el debate norte/sur y sur/sur.
Sin que se diera directamente entre sí, una polémica muy relevante sobre la tendencia descendente de la tasa de ganancia como ley rectora del desarrollo del capitalismo en el siglo xx emerge de las conceptualizaciones de Michael Roberts —economista británico— y Jorge Beinstein —emérito de la Universidad de La Plata, Argentina—.
Al cuestionar la negación de la vigencia de la tendencia descendente de la tasa de ganancia, Roberts (2014a) demuestra que es una conclusión errada a la que arriba Piketty porque yuxtapone capital con riqueza. La medición de Piketty sobre la dinámica secular de la tasa de ganancia resulta equivocada porque incluye como fuente de rentabilidad un factor que de ningún modo la genera: la riqueza inmobiliaria. Únicamente los bienes raíces podrían ser fuente de rentabilidad cuando son producidos por una empresa que explota plusvalor, o bien cuando son fuente de renta urbana. Riqueza inmobiliaria capitalista y riqueza inmobiliaria personal de ningún modo son lo mismo. En tanto es bien para autoconsumo, esta última jamás tiene condiciones para ser fuente de rentabilidad. En la medida en que un amplio porcentaje de ciudadanos en los Estados Unidos y Europa son dueños de riqueza inmobiliaria personal, su inclusión en el capital suscita una distorsión: opera como contrapeso que genera un efecto de invisibilización de la dinámica descendente de la tasa de ganancia.
El capital en el siglo xxi introduce una redefinición del concepto de capitalismo en contraposición con El Capital. A partir de negar la producción como fundamento, instala un recentramiento hacia la distribución que le permite crear la imagen de que sólo la desigualdad conforma su dilema. Acumulación de capital en Piketty significa, ante todo, acumulación de riqueza patrimonial heredada. De ahí que incurra en la ilusión de que “la riqueza que se origina en el pasado crece automáticamente más rápido incluso sin trabajo, que la riqueza que proviene del trabajo y que puede ser ahorrada”.
En la presunta “primera ley fundamental del capitalismo” formulada por Piketty, la tendencia de la tasa de retorno del capital está por encima de la tasa de crecimiento de la renta nacional; en consecuencia, la tendencia al crecimiento secular de la desigualdad mundial conduce a una visión unívoca de las crisis capitalistas como puras crisis de distribución.
Paradójicamente, al excluir la propiedad residencial y los activos financieros de la definición de capital, clasificando correctamente como capital el valor de los medios de producción y su acumulación, incluso la información estadística del mismo Piketty conduciría a la conclusión de la existencia de la tendencia descendente de la tasa de ganancia.
Desde Argentina ésa es la investigación que ha llevado a cabo Esteban Maito (2013). Ha demostrado estadísticamente la existencia de la tendencia descendente de la tasa de ganancia para los países del capitalismo central como una “tendencia multisecular”. De ahí el título de su ensayo: “La transitoriedad histórica del capital. La tendencia descendente de la tasa de ganancia desde el siglo xix”.
Permite visibilizar que, a partir de la Larga Depresión, cruzando por la Belle Époque, la Gran Depresión, los Trente glorieuses, el “neoliberalismo”, y llegando hasta la entrada al siglo xxi, la tendencia descendente prácticamente ha engullido los ciclos económicos. Mientras, en 1869 la tasa de ganancia promedio de los países centrales estaba alrededor de 43%; para 2010 oscila por debajo de 15% (véase gráfica 1). Con excepción del periodo de 1930 a 1944, la regularidad de la tendencia descendente es implacable. La gráfica 1 constata que la crisis del 29 detonó un brusco descenso, que fue seguido por una recuperación temporal pero vertiginosa producida por la segunda Guerra Mundial. No obstante, ni la barbarie contrarrestó la tendencia descendente de la tasa de ganancia como para propiciar su retorno a los niveles previos a la Larga Depresión. Incluso, pese al auge de posguerra, en la década de los setenta la tasa de ganancia de los capitalismos del centro se ubicó por debajo del nivel que había adquirido con la Gran Depresión. La recuperación sólo fue coyuntural, nunca secular. Un análisis comparativo permite constatarlo. Mientras que entre 1932 y 1943 pasó de una tasa promedio de 16 a 27.3%; en cambio, entre 1982 y 2007 apenas ascendió de 10.8 a 14.6%. Si al final de la segunda Guerra Mundial la tasa de ganancia del capitalismo central experimentó una recuperación tres veces superior (11.3%) a la que se vivió en 2007 (de casi cuatro puntos porcentuales), en el inicio de la gran crisis del siglo xxi esa tasa de ganancia corresponde a casi un tercio de la que alcanzó en los años previos a la gran crisis del siglo xix.
Desde el sur, Maito también ha realizado cálculos sobre la dinámica secular de la tasa mundial de ganancia. Aunque los vaivenes son mayores en torno al eje medio de su línea descendente, su marcha es de todos modos innegable. En el marco de su labor para calcular la tasa de ganancia global, Roberts ha recuperado la gráfica de Maito (gráfica 1). Su versión agrega la presentación de las fases de la historia económica mundial (véase gráfica 2).
En contraste con la mainstream economics, por principio con Piketty, para quien no sólo el nazifascismo sino también las grandes depresiones constituyen una especie de shock ajeno a la legalidad del capitalismo, Michael Roberts y Guglielmo Carchedi (2018) coordinaron World in crisis, a global analysis of Marx’s law of profitability, que demuestra la marcha de la tendencia descendente de la tasa de ganancia en múltiples países del orbe, incluido China, a lo largo de los últimos 50 o 100 años.
Desde Sudamérica, Jorge Beinstein —quien fue tanto discípulo como colaborador cercano de Maximiliem Rubel, editor de una versión propia en francés del Libro Segundo de El Capital— forjó una conceptualización diferente de la misma gráfica de Maito.
Desde una perspectiva de indudables influencias braudelianas, que inter- conecta los ciclos económicos de la acumulación con la historia econó- mica del capitalismo a partir de tendencias de largo plazo, Beinstein (2018) elaboró una periodización crítica original de la historia de la decadencia capitalista, que plasmó notoriamente en su ensayo “Neofascismo y decadencia”, incluido en el libro Tiempos de peligro. Para él, no es la dinámica de los ciclos económicos de las crisis capitalistas la que subordina la tendencia descendente de la tasa de ganancia; más bien, exactamente al revés, es la tendencia descendente de la tasa de ganancia mundial que absorbe y subordina la dinámica histórica cada vez más amenazante de los ciclos econó- micos del capitalismo.
Después de un proceso histórico plurisecular en el que se desplegó la génesis, el desarrollo y la consolidación del capitalismo, entre el siglo xv y principios del siglo xx, comenzó un proceso de largo plazo de decadencia del capitalismo planetario, en el cual justo el estreno de la barbarie global con la primera Guerra Mundial constituyó su punto de partida.
Consciente de que la Larga Depresión inicia los ciclos de las grandes crisis, Beinstein no la coloca como punto de inflexión que abre la histo- ria de la decadencia, precisamente porque, a contrapelo de la mainstream economics y partiendo de dar cuenta de la existencia de una profunda conexión esencial entre capitalismo y violencia, asume que la génesis de la violencia decadente a nivel mundial es el símbolo irrefutable del surgimiento de una nueva era para la historia del capitalismo: la era del derrumbe de su poder planetario. Que no sucederá sin detonar consigo destrucciones de la vida civilizada peores que las que trajo consigo la caída del Imperio romano.
Al formularlo en estos términos, se posiciona vinculándose con la pers- pectiva de la decadencia que Marx expresa en El manifiesto comunista y en La lucha de clases en Francia, a la vez que traza un vínculo profundo con la fundamentación de la decadencia romana conceptualizada por Pierre Chaunu en Historia y decadencia (1983). Como especialista de alto nivel en prospectiva económica, Beinstein insiste en una visión transdisciplinaria que unifique ciclos económicos con historia económica mundial.
Para Beinstein (2018: 147), una vez que el capitalismo alcanza los límites geográficos de su mundialización, el choque inevitable de su reproducción ampliada con la barrera material territorial del orbe inicia un proceso de “superexplotación devastadora” de la periferia y la sustentabilidad natural que exige la multiplicación de controles administrativos-represivos para intentar mantener el parasitismo del capitalismo central. Desde esa óptica, la primera Guerra Mundial, la crisis del 29, la segunda Guerra Mundial, la efímera recuperación keynesiana, la estanflación de los años setenta, el fin del auge neoliberal, la fracasada fuga militarista de los Estados Unidos hacia el corazón de Medio Oriente, la explosión de la burbuja financiera desde 2008, el desaceleramiento del crecimiento económico de China, pero, ante todo, la multiplicación de escenarios de guerra, el neofascismo y la peligrosa ruptura metabólica de la relación humanidad-naturaleza en el siglo xxi son expresiones históricas de la fase decadente de la historia global del capitalismo.
III. El debate sur/ norte en torno a la sobreexplotación laboral
1.La divergencia entre André Gunder Frank y Ruy Mauro Marini
En el debate latinoamericano sobre la teoría de la dependencia, la polarización frente y contra la noción del desarrollo de Rostow fue imprescindible. Es autor de un libro publicado en español sin su título completo en inglés: Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista (1961).
La noción de crecimiento económico de Rostow respondía al proyecto de dominación geopolítica de América Latina por los Estados Unidos, que exigía doblegar y derrotar el nacionalismo que había proliferado en los Estados de esta región en la posguerra. Su ilusión de que el “despegue económico” (take off) para transitar del subdesarrollo al desarrollo derivaba de la apertura a la inversión extranjera, evidentemente estadunidense, para poder propulsar el desarrollo tecnológico de cada país, fue hecha pedazos por la teoría de la dependencia, que partía de un planteamiento común a sus más diversas versiones: subdesarrollo y desarrollo para nada constituyen etapas del crecimiento económico; más bien, conforman polos permanentes o estructurales de la economía mundial.
Dada esa polaridad, podía suceder, para recordarlo en los términos de la expresión de André Gunder Frank (1967), “el desarrollo del subdesarrollo”. Lo que no sólo significa que los países subdesarrollados no pueden ser un símil de la primera fase del crecimiento de los países desarrollados, porque éstos lograron su desarrollo a costa de otras naciones, sino que si experimentan algún crecimiento es como “desarrollo subdesarrollado”, es decir, siempre en tanto países subordinados.
Sin dejar de ser crucial este cuestionamiento convergente, una frontera esencial, sin embargo, diferenció las intervenciones en la teoría de la dependencia de André Gunder Frank y Ruy Mauro Marini.
Mientras Gunder Frank sostuvo su concepción en el comercio internacional y, por ende, el intercambio desigual es visto como el medio con el que los países centrales establecen como objeto de su dominio el desarrollo de los países dependientes, para Marini (1973) el objeto de dominio del capital mundial es, por principio, el proceso de trabajo planetario. Por eso, al indagar la estructura de la explotación productiva global puso al descubierto la sobreexplotación laboral como peculiaridad estructural propia de los capitalismos dependientes. Empleando por primera vez la teoría de la economía mundial de Karl Marx para descifrar el capitalismo de América Latina, Marini demostró que, impactado por el intercambio inequivalencial en las relaciones comerciales con los capitalismos centrales, ante todo con los Estados Unidos, los capitalismos dependientes recurrían a la duplicación del intercambio inequivalencial pero a nivel de la relación capital/trabajo. La fuerza de trabajo asalariada en los capitalismos dependientes es sometida al pago de un salario que no cubre su valor porque la conversión sistemática de amplios porcentajes del fondo salarial de consumo nacional en fondo capitalista de acumulación es el dispositivo esencial para compensar el tributo que los capitalismos dependientes deben rendir a los capitalismos metropolitanos. Los capitalismos dependientes están imposibilitados para convertirse alguna vez en un doble tardío de los capitalismos metropolitanos debido a la presencia permanente del intercambio desigual en la economía mundial, a la vez que la sobreexplotación laboral constituye la marca ineludible del dominio del proceso productivo en el capitalismo dependiente latinoamericano.
Gunder Frank (1970) siempre insistió en que su versión de la teoría de la dependencia no era marxista, porque nunca estuvo en el centro de su perspectiva la explotación capitalista y su interacción con las relaciones de poder entre países desarrollados y subdesarrollados.
Al colocar la explotación del proceso productivo como fundamento del intercambio desigual que rige la economía mundial, Marini fundó un horizonte teórico-crítico para dar cuenta de la sobreexplotación laboral como peculiaridad del capitalismo dependiente. Desde ese aporte, sentó precedente para un debate que, después de la noche neoliberal, se ha venido expandiendo internacionalmente.
2. Sobreexplotación laboral y trend secular de la mundialización capitalista
Cuando el pensamiento económico neoliberal intentó imponerse como pensamiento único en América Latina, Bolívar Echeverría se negó a retroceder. Asumió que el aporte de Marini constituía una enorme contribución para la crítica de la economía política que debía ser desarrollada para llevar más lejos la conceptualización de la economía mundial forjada por Marx. Bolívar Echeverría consideraba que Marini había realizado una labor teórico-crítica esencial en una dirección y que era muy importante realizarla también en la dirección inversa complementaria. Si Marini había descifrado el impacto de la economía mundial al interior del capitalismo latinoamericano descubriendo la presencia estructural de la sobreexplotación, era crucial hacer del descubrimiento de la sobreexplotación una fuente de un desarrollo crítico que llevara más lejos la teoría de la economía mundial (Arizmendi, 2014: 51-64).
Echeverría (1994) plasmó esa línea de desarrollo en los apartados finales del ensayo “Rosa Luxemburgo, la teoría del imperialismo y los esquemas de Marx”, incluido en su libro Circulación capitalista y reproducción de la riqueza social, y la afinó en la conferencia “Renta tecnológica y capitalismo histórico” (2005), que impartió en el Fernand Braudel Center de Nueva York.
Para Bolívar Echeverría, el duro choque en la vuelta de siglo de los capitalismos desarrollados contra los capitalismos subdesarrollados, que comenzó expresándose con el auge neoliberal, debía ser visto como una confrontación inestable, con avances y retrocesos, pero que acontece dentro de un trend secular regido por el rechazo irrenunciable de los primeros a permitir la continuidad histórica del monopolio de los segundos respecto de la sobreexplotación de su fuerza de trabajo nacional. Polarizados en la estructura de la economía mundial, los capitalismos desarrollados, gracias al monopolio que detentan sobre el progreso de la tecnología de vanguardia, arrebatan a los capitalismos subdesarrollados un tributo que adquiere la forma de una “renta tecnológica”. Es decir, de una inevitable transferencia de enormes masas de valor y plusvalor. Frente y contra ella, los capitalismos subdesarrollados han instalado históricamente un doble monopolio defensivo, que el trend secular de la renta tecnológica está derribando: el monopolio sobre los yacimientos naturales excepcionalmente ricos y el monopolio sobre la fuerza de trabajo objeto de sobreexplotación laboral. Acorralados y vencidos ante la supremacía de la renta tecnológica, los capitalismos subdesarrollados están dejando de sólo transferir tributo vía renta tecnológica. Ahora el monopolio sobre sus yacimientos naturales excepcionalmente ricos cada vez más lo detentan los capitales transnacionales de vanguardia; a la vez que ellos mismos se encargan del ejercicio directo de la sobreexplotación laboral de la fuerza de trabajo.
Es a esta doble derrota a la que dirige la mirada la afirmación de Bolívar Echeverría (1994) en la contraportada de su obra: “La victoria ahora incuestionable de la renta tecnológica sobre la renta de la tierra es un hecho histórico que viene acompañado de otro no menos importante: la ruptura ya indetenible de las barreras nacionales que obstaculizaron durante todo un siglo la planetarización efectiva del mercado de trabajo”.
Si la sobreexplotación laboral — es decir que sobre la explotación de plusvalor se instale e imponga un mecanismo diferente, la expropiación de valor al salario de la fuerza de trabajo nacional— fue conceptualizada por Ruy Mauro Marini como un dispositivo estructural del capitalismo dependiente, Bolívar Echeverría la reconceptualizó demostrando que constituye un arma del capital de vanguardia que ha operado regida por el trend secular para alcanzar la globalización de la sobreexplotación en los mercados de trabajo.
3. El debate en torno a la sobreexplotación laboral en el marxismo inglés
A partir de reconocer la existencia de un vínculo directo entre la sobreexplotación laboral y la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia, John Smith (2016) desarrolla una tesis apenas bosquejada en el Libro Tercero de El Capital al plantear que, en el capitalismo del siglo xxi, la sobreexplotación laboral se ha convertido en una fuente directa prioritaria de las ganancias extraordinarias que se apropia el capital imperial y, a la par, en una de las principales causas contrarrestantes de las crisis capitalistas.
Parte de asumir que el monopolio de los capitales de retaguardia sobre la sobreexplotación laboral ya está derrotado, en tanto, en el nuevo siglo, ésta se impone sin restricciones ni fronteras en la economía mundial, por principio, al interior de las cadenas internacionales de producción globalizadas que dominan los capitales imperiales. La nueva configuración de la producción transnacional ha dotado a los capitales del norte global de un poder sin igual para desplazarse de un país a otro en su búsqueda de los conglomerados nacionales de la clase trabajadora del sur global políticamente más débiles y, por lo tanto, dispuestos a percibir salarios cada vez más bajos. En el capitalismo del siglo xxi, el incumplimiento de la equivalencia entre valor de la fuerza de trabajo y salario se ha vuelto la regla, en tal magnitud, plantea John Smith, que la principal fuente de las ganancias extraordinarias del capital imperial no proviene ya ni del plusvalor absoluto ni del plusvalor relativo, sino de la agresiva sobreexplotación laboral impuesta a los diversos conglomerados de trabajadores en el sur global.
Con la proyección de una relevante afinidad —para él, desconocida— con la conceptualización de Bolívar Echeverría en torno al trend secular hacia la victoria de la renta tecnológica, Smith formula que atravesamos una fase en la historia del capitalismo en la cual su principal peculiaridad consiste en la globalización de la sobreexplotación. Esto significa que ahora el norte global impone al sur global la sobreexplotación directa de la fuerza de trabajo.
En abierto cuestionamiento a la mainstream economics, Smith postula que el pib nacional, como referente para medir la apropiación de riqueza que realizan los capitales imperiales del norte global, invisibiliza la auténtica magnitud de su poder sobre el sur global. Precisamente, porque la multiplicación de las cadenas transnacionales de valor ha dotado a esos capitales de un poder de producción de valor que en gran medida se juega fuera de las fronteras de sus Estados nacionales.
Reconociendo como punto de partida la herencia marinista, Bolívar Echeverría (1994) y John Smith (2016) han desarrollado dos versiones diferentes de la interrelación existente entre sobreexplotación laboral y tendencias de largo plazo del desarrollo capitalista: ambos cuestionan nuestro tiempo como la era de “globalización de la sobreexplotación laboral”.
IV. Pobreza y persistencia del campesinado en el capitalismo del siglo XXI
En 2012 Julio Boltvinik logró convertir a El Colegio de México en sede de uno de los seminarios internacionales más relevantes para el desarrollo de la crítica de la economía política en América Latina: “Pobreza y persistencia del campesinado en el mundo contemporáneo” fue un evento auspiciado por crop (Comparative Research Program on Poverty, con sede en la Universidad de Bergen, de Noruega, y vinculado a la onu), del cual derivó una importante obra coordinada por Julio Boltvinik y Susan Archerman (2016).
Investigadores marxistas del norte y del sur interactuaron y debatieron fuertemente entre sí al asumir el reto de indagar el fundamento de la persistencia del campesinado en el siglo xxi, pese a todos los pronósticos que auguraron su extinción. Meghnad Desai (emérito jubilado de la London School of Economics), Henry Bernstein (emérito de la University of London), Gordon Welty (emérito de la Wright State University), y pensadores marxistas de Grecia como Kostas Vergopoulus, Farshad Araghi de los Estados Unidos, el mismo Boltvinik, Armando Bartra y Luis Arizmendi desde América Latina, entre otros, reflexionaron sobre el capitalismo del siglo xxi y la pobreza campesina.
La interrogante axial que atraviesa Peasant poverty and persistence in the 21st century es abordada desde distintas lecturas del horizonte de intelección que abre El Capital. La crítica de la economía política latinoamericana mostró un núcleo esencial de convergencias para el desarrollo de la crítica de la economía política del nuevo siglo.
Boltvinik demuestra que los procesos de trabajo discontinuos, como el que sucede con la producción agrícola en contraste con la producción industrial, en la medida en que son estacionales, imposibilitan proporcionar un ingreso continuo anual al trabajador que los realiza; por lo tanto, el campesinado y su pobreza existen y persisten porque así el capitalismo externaliza los costos ineludibles que acarrearía asumir la reproducción de una fuerza de trabajo que sólo emplea de modo temporal (cuando suceden el cultivo y la cosecha). Por el impacto de los ciclos estacionales de la naturaleza en la reproducción capitalista, el capitalismo no extingue al campesinado, pero lo lleva a empobrecerse, porque echa sobre sus espaldas los costos de la estacionalidad natural que de otro modo tendría que admitir. Abordándolo a nivel del proceso de reproducción social, Boltvinik cuestiona el incumplimiento sistemático de la equivalencia entre valor de la fuerza de trabajo y salario para campesinos y jornaleros.
Bartra (2006) formula que, para contrarrestar el flujo regular de la renta de la tierra —que conduciría a una transferencia inevitable de valor desde la ciudad al campo—, el capitalismo propulsa la persistencia del campesinado porque así instala una especie de “renta al revés”, una enorme transferencia que más bien se efectúa desde el campo a la ciudad. Al imponer el pago regular de las mercancías campesinas con precios por debajo de su valor, el capitalismo instala una forma peculiar de explotación: una que se hace efectiva sobre la producción pero desde la circulación. Sin la presencia del capitalista, el campesinado es objeto de explotación porque nunca percibe la totalidad del valor que plasma en sus mercancías agrícolas. Incluso sin ser contratado como jornalero, el capital explota al campesinado para alterar el funcionamiento regular de la renta de la tierra. El campesinado persiste porque resiste, pero también porque es objeto de una explotación capitalista regular para dar soporte a una “renta al revés”.
Al descifrar el impacto de la ingeniería genética, Bartra (2008: 109-111) ha creado además el concepto “renta de la vida”. Una transferencia que el capital biotecnológico arrebata basándose no en el monopolio de extensiones de la tierra sino en el monopolio de ciertas dimensiones de la naturaleza gracias a su dominio de la ingeniería genética. Así, para la crítica del dominio capitalista del campo son complementarias su concepción de la “renta al revés” y la “renta de la vida”.
Al desarrollar la formulación de Bolívar Echeverría en torno a la “modernidad barroca”, Arizmendi sostiene que el capitalismo latinoamericano, en particular, pero del sur global, en general, impactado por la presencia crónica o estructural de la sobreexplotación laboral, hunde a su fuerza de trabajo en una situación trágica de imposibilidad para alcanzar su reproducción nacional. Si el capital sistemáticamente sustrae grandes porcentajes de su valor al fondo salarial de consumo, la reproducción de la fuerza de trabajo nacional queda bloqueada si se pretende lograr exclusivamente sobre su mercantilización. En el capitalismo de América Latina, en consecuencia, coexisten y se entrecruzan formas sociales capitalistas y formas sociales no capitalistas porque sólo así la fuerza de trabajo rural consigue dotarse de otras bases, por principio de autoconsumo, para complementar y alcanzar su reproducción vital. Las comunidades campesinas e indígenas, aferradas de modo irrenunciable a sus formas no capitalistas, existen y persisten porque resisten; pero, también, porque de otro modo la reproducción de la fuerza de trabajo nacional sería imposible. La “modernidad barroca” constituye una configuración de la modernidad capitalista que entrecruza formas capitalistas y formas no capitalistas, subordinando éstas a aquéllas, pero sin que éstas dejen de resistir y abrir potencialidades inéditas. De ahí que las comunidades indígenas hayan llegado con notoria presencia a la historia latinoamericana en pleno siglo xxi.
Leído en clave de crítica de la economía política, complementariamente, podría decirse que el salario que percibe el jornalero rural, el trabajador asalariado del campo, es peculiar, puesto que conforma un “salario por tiempo estacional”. Marx forjó el concepto “salario por tiempo” para dar cuenta de formas de subcontratación en las que no se cubre la jornada laboral mensual completa y se impone la sobreexplotación capitalista. Salario por tiempo estacional es un desarrollo de ese concepto que designa la existencia de un salario que no corresponde a una jornada laboral anual, por lo tanto, regido por la inequivalencia estructural en la relación capital/trabajo. La ley del salario por tiempo estacional reside en violar la ley de la igualdad entre salario y valor anual de la fuerza de trabajo. Es una peculiaridad de la dominación capitalista del trabajo asalariado rural.
Peor aún, el campo es uno de los principales sectores que el capitalismo mundial presiona para imponer lo que cabe llamar “sobreexplotación cínica o brutal”. Una expropiación de valor al salario en tal magnitud que, incluso teniendo empleo, la reproducción vital de la fuerza de trabajo queda colocada en situación de peligro para lograr la subsistencia familiar. La sobre-explotación cínica o brutal muestra la presencia de violencia económico-anónima radical en el despliegue de la acumulación capitalista.
Peor aún, el campo es uno de los principales sectores que el capitalismo mundial presiona para imponer lo que cabe llamar “sobreexplotación cínica o brutal”. Una expropiación de valor al salario en tal magnitud que, incluso teniendo empleo, la reproducción vital de la fuerza de trabajo queda colocada en situación de peligro para lograr la subsistencia familiar. La sobre-explotación cínica o brutal muestra la presencia de violencia económico-anónima radical en el despliegue de la acumulación capitalista.
V. El debate en torno a la crítica ecológica de la economía política
En abierto contraste con el “marxismo ecológico” de James O’Connor (2001) —que basa su crítica a la crisis ambiental en la subproducción de las condiciones generales y naturales de producción—, Elmar Altvater (2010) —pionero en desarrollar el Libro Tercero de El Capital para descifrar la dialéctica entre crisis de sobrefinanciamiento y crisis de sobreproducción como eje crucial de la crisis contemporánea— es el fundador del proyecto denominado “Crítica ecológica de la economía política” (Altvater, 2005a y 2005b). La piedra angular de ese proyecto reside en la síntesis unificadora de la crítica al capitalismo en clave de valor de uso de Karl Marx y la economía entrópica de Georgescu Roegen.
En positivo, “valor de uso”, para Altvater (2005a: 16), es un concepto que abre la perspectiva para designar la totalidad del proceso de reproducción social vital. Extracción, producción, transportación, circulación, consumo y desecho inútil constituyen las seis etapas estructurales de la economía social en las que se juega el “metabolismo”, esto es, la interacción concreta, social-natural. Pero si se unifica a Georgescu Roegen con Marx, este proceso puede ser visto como una compleja interacción no sólo material sino energética. A lo largo de la totalidad del proceso de reproducción social se da un intercambio constante de materia y energía entre la humanidad y la naturaleza.
Descifrar ese metabolismo energético exige precisar qué tipo de sistema termodinámico integra la economía mundial. Únicamente existen tres tipos de sistemas termodinámicos: hermético, cerrado y abierto. Hermético es el sistema en el que no ingresa ni materia ni energía desde el exterior. Abierto es el sistema de entrada y salida regular tanto de materia como de energía.En cambio, cerrado es un sistema en el cual excepcionalmente ingresa o sale materia, pero existe un intercambio permanente de energía. Como puede verse, el planeta azul constituye un sistema termodinámico cerrado, y con él la economía mundial. La admisión de calor irradiado por el Sol y su radiación al cosmos exterior desde la Tierra garantizan una corriente continua de energía para el ciclo del agua y los movimientos atmosféricos (viento y clima), lo que posibilita la biomasa de la que depende toda la vida. La energía solar es la clave para la vida en el planeta azul (Altvater, 2002: 313).
De ahí que Altvater se abocara a construir una periodización original de la historia económica sustentada en lo que denomina “revoluciones prometeicas”; revoluciones cuya clave es el desarrollo de las fuerzas productivas para generar energía imprimiendo un giro total al mundo de la vida social. Identifica tres fases, con la posibilidad de apertura a cuatro, en la historia económica de la humanidad. La primera fase corresponde a las sociedades arcaicas que, en tanto sociedades recolectoras y cazadoras, largamente dependieron del funcionamiento espontáneo de la Tierra como sistema termodinámico cerrado. La segunda inicia con la revolución neolí- tica, que significó una enorme revolución en la historia de la técnica, ya que permitió a la humanidad producir una gran transición hacia las sociedades agrícolas y ganaderas. Lo revolucionario consistió en que la energía solar se tornó “capturable” gracias a la agricultura, que permitió incrementar las existencias de plantas y animales. Con base en esa producción de exceden- tes, surgió el grueso de la historia de las sociedades de clase. La tercera fase comenzó con la Revolución industrial, una revolución prometeica contra natura, que al colocar el carbón, el petróleo y el gas como centro energé- tico del capitalismo fosilista creó un proceso inédito de potenciamiento de la eficacia energética. Un input limitado de energía consigue producir un elevado output energético. El capitalismo puso la revolución fosilista como eje de su economía mundial porque su prioridad es la maximización de la acumulación global, sin detenerse en la devastación de la naturaleza.
La disyuntiva, para Altvater, es ineludible: superación de la unidad histórica capitalismo/fosilismo o devastación indetenible. Esa superación sería factible desde una transición energética plural pero, ante todo, con una revolución solar. Una revolución prometeica posfosilista es viable no sólo porque la energía solar es ecológica y renovable, sino porque —plantea Altvater (2002: 315), recordando el cálculo de Roegen— “la estimación más alta de los recursos energéticos terrestres no excede la cantidad de energía libre recibida del Sol en ¡cuatro días!”. Sin embargo, una revolución solar corresponde al proyecto de una sociedad alternativa, comprometida con un reencuentro ecológico de la humanidad con la naturaleza.
En negativo, recibiendo una influencia heideggeriana que hereda a través de Günter Anders, Altvater adjudica a la modernidad en general la legalidad esquizoide propia de la modernidad capitalista. En consecuencia, crecimiento, desarrollo y modernidad se tornan sinónimo de crecimiento capitalista, desarrollo capitalista y modernidad capitalista. Un cul de sac inevitable emerge de una yuxtaposición de este orden. Si se presupone que generar una economía ecologista alternativa exige negar todo crecimiento o desarrollo, se vuelve evidente una gran limitación: es enteramente inviable plantearle a los países pobres no crecer.
Desde América Latina, partiendo de Altvater pero en polémica con él, se ha trabajado una versión diferente de la crítica ecológica de la economía política, sin incurrir en la identificación que adjudica el entrecruzamiento de progreso y devastación, propio de la modernidad capitalista, a la modernidad en general (Arizmendi, 2019). En términos de política económica, hay que insistir en la importancia de estrategias globales. Que articulen política de combate a la pobreza y política de soberanía alimentaria con política de transición energética ecologista y solar (Arizmendi, 2014: 266-269).
La lucha contra la crisis epocal del capitalismo demanda el diseño de políticas estratégicas que posicionen lo socialmente necesario sin antinomia con el desafío de impulsar un desarrollo económico y ecologista a la vez.
Desde América Latina, la expresión conceptual “crisis epocal” comenzó a emplearse, un quinquenio antes que Bellamy Foster, para designar la crisis más amenazante en la historia de la mundialización capitalista. Justo porque combina, del lado de la acumulación, crisis de sobreproducción planetaria y crisis de sobrefinanciamiento global, y a la par que contiene, del lado del proceso de reproducción vital social, la mundialización de la pobreza, la crisis alimentaria global y la crisis ambiental mundializada. Dimensiones a las que hay que agregar la multiplicación de escenarios de guerra e, incluso, el peligro de guerra global, derivable de la actual disputa por la hegemonía planetaria (Arizmendi, 2018).
Sin duda, conteniendo pero desbordando dentro sí la primera crisis de sobreacumulación propiamente planetaria, la crisis epocal del capitalismo constituye en sí misma una “era”. El siglo xxi cruza por el tiempo de una modernidad capitalista esquizoide vuelta planetaria: vivimos la época del mayor progreso tecnológico en la historia no sólo de la modernidad sino de la humanidad; pero, a la vez, enfrentamos los peligros más amenazantes para la continuidad de las civilizaciones y del mundo de la vida.
Conclusión
La crisis epocal del capitalismo representa un desafío mayúsculo para todos los Estados tanto del norte como del sur; pero, ante todo, para estos últimos que reciben los impactos más nocivos del poder planetario. Los alcances y los límites de la política estratégica de los Estados del sur se definen y se miden por su toma de posición ante las diversas dimensiones de la crisis epocal del capitalismo planetario.
Justo porque la crisis epocal del capitalismo del siglo xxi constituye una crisis de magnitudes muy superiores a la Larga Depresión del siglo xix y la Gran Depresión del siglo xx, se ha generado un impacto cada vez más hondo en el debate de frontera de las ciencias económicas y sociales. En este tiempo de peligro pero, a la vez, de oportunidad, que nos pone ante al reto histórico de asumir la crisis epocal para superarla, está aconteciendo el relanzamiento del debate mundial en torno a la Crítica de la economía política.
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